¿Eres tenista y no tienes cuenta verificada?
Hay victorias que valen más que un título. Que trascienden el resultado y se convierten en un espejo en el que todos los que amamos el tenis podemos vernos reflejados.
Lo que ha ocurrido esta semana en Shanghái es una de esas historias.
Valentin Vacherot, jugador monegasco de 26 años y número 204 del mundo, llegó al Masters 1000 de Shanghái sin apenas expectativas. “No sabía si iba a entrar. Decidí venir igual, sin plan, por si acaso.” Se apuntó a la fase previa como suplente de última hora, confiando únicamente en su pasión por el tenis y en la esperanza de aprovechar cualquier oportunidad.
Y vaya si lo hizo.
En su primer partido de la previa, Vacherot estuvo a punto de perder en el segundo set. En el segundo, jugó con calambres. Pero su convicción no se movió ni un milímetro. Superó la fase previa con el mismo espíritu con el que entrenan tantos jugadores anónimos en los clubes del mundo: trabajando en silencio, creyendo sin mirar el ranking, soñando con un día mejor.
Una vez dentro del cuadro principal, su historia comenzó a tomar forma de leyenda.
En primera ronda venció al serbio Laslo Djere, y después sorprendió al kazajo Alexander Bublik, 14º cabeza de serie, remontando un set adverso. En tercera ronda eliminó al checo Tomás Machac, y en octavos se impuso al neerlandés Tallon Griekspoor tras más de dos horas de lucha.
Para entonces, su nombre ya empezaba a sonar en los pasillos del torneo: “el chico de Mónaco que no se rinde”.
En cuartos de final derrotó al danés Holger Rune (n.º 10 del mundo) en un partido épico que simbolizó su torneo: comenzó perdiendo 6-2, pero acabó ganando con una mezcla de fe y determinación que desbordó al público chino.
En semifinales, escribió la página más increíble de su carrera: venció a Novak Djokovic, cuatro veces campeón en Shanghái, en dos sets memorables. Y en la final, ante su primo Arthur Rinderknech, completó una gesta que ya forma parte de la historia del tenis moderno: 4-6, 6-3, 6-3.
Desde la fase previa hasta levantar el trofeo de un Masters 1000. Algo que nadie con su ranking había logrado jamás.
El abrazo entre ambos primos en la red quedará como una de las imágenes más bellas de 2025. Dos familiares que crecieron juntos, que compartieron entrenamientos, sueños y frustraciones, se encontraron en el escenario más impensable.
Cuando todo terminó, Vacherot escribió en la cámara un mensaje que emocionó al mundo entero:
“El abuelo y la abuela estarían orgullosos.”
No era una frase más. Era una forma de rendir tributo a su historia, a sus raíces, a los que creyeron en él cuando nadie más lo hacía. En ese gesto sencillo estaba la esencia del deporte: familia, sacrificio, humildad y gratitud.
Dejó Shanghái con el trofeo bajo el brazo, un millón de dólares en premios y un ascenso vertiginoso hasta el puesto 40 del ranking mundial. Pero más allá de los números, lo que ha ganado no se puede medir. Ha ganado el respeto del circuito, la admiración de los aficionados y, sobre todo, la certeza de que el esfuerzo tiene sentido.
En palabras del propio jugador:
“Antes de venir aquí solo quería intentar acabar el año entre los cien primeros. Sabía lo difícil que era ganar incluso un Challenger… pero había que intentarlo.”
Su historia es un recordatorio de que los milagros no existen sin trabajo, ni los sueños sin constancia.
En IBP Tenis y la Fundación Blanco París creemos firmemente que el tenis es una escuela de vida. Que el resultado nunca es lo más importante. Lo que hemos visto en Shanghái no es solo una victoria individual: es una representación exacta de los valores que promovemos cada día en nuestros torneos.
En cada pista del circuito, en cada torneo de las IBP Tenis Series o del AS Young Tour by IBP Tenis, hay historias que empiezan igual que la de Vacherot.
Jugadores que se inscriben sin saber hasta dónde llegarán. Familias que hacen esfuerzos para costear un viaje. Niños que pierden un partido y aprenden que lo importante no es caer, sino volver a levantarse.
Valentin Vacherot nos recuerda que todo sueño grande nace de una oportunidad pequeña. Que el trabajo diario, la humildad y el amor por lo que se hace son los verdaderos motores del éxito.
Su historia podría haber comenzado en cualquier club de España, en cualquiera de nuestros torneos. Porque en cada jugador que no se rinde, en cada sonrisa tras un esfuerzo, en cada golpe dado con el corazón, está la misma semilla que lo llevó a tocar el cielo.
A todos los que compiten en el circuito IBP:
Seguid soñando.
Seguid luchando.
Porque un día, como Valentin, podréis mirar atrás y entender que el camino, con sus derrotas y sus victorias, fue el verdadero triunfo.
Desde IBP Tenis y la Fundación Blanco París felicitamos a Valentin Vacherot por recordarnos que el tenis es mucho más que un deporte: es una forma de vivir, de creer y de inspirar.
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